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Enero 28 de 2019 – Bogotá, Colombia.
Entre tantas vueltas de la vida, he terminado en una ciudad totalmente abrumadora. Llevo poco tiempo aquí, pero extraño el sonido de las palmeras, mis 38 grados de temperatura, y la calma. Pero es bueno, porque en la calma tenía comodidad, y yo no soy cómoda. A mí me gusta luchar contra la vida, demostrarme a mí misma que puedo con todo.
Sí, vuelvo a escribir sobre las cosas que me pasan, vuelvo a probarme a mí y al mundo que nada me queda grande y que hay pocas mujeres como yo. Así de valientes y decididas. No, lector, no estoy siendo convencida. Pero no es fácil llevar mi personalidad, que constantemente se inquieta por lo desconocido. Soy esa niña que saluda a la gente en la calle y toma cervezas con los vendedores de galletas, soy esa mujer que dejó su vida de nuevo para vivir otra en una ciudad ajena.
Otra vez mis aventuras… para llegar a casa debo tomar cuatro buses, a veces cinco cuando me pierdo… y siento miedo, miedo porque no conozco esta ciudad, miedo porque he vivido pero me falta calle… como diría un amigo cercano: “esa carita es de niña robable”. Tengo miedo porque hoy me perdí en una estación llamada CALLE 22.

Es la estación del Transmilenio más fea y espantosa que he visto… seguramente no he visto nada aún y no es mi realidad, pero yo vine a vivir esto para hacer sentir orgullosos a mis padres y a mis amigos de lo que soy y en lo que me han convertido mis aventuras. Esa estación en donde me senté a llorar desesperada… perdida… abrumada… desubicada… en esa estación donde deseé encontrar a alguien conocido para darle un abrazo y decirle: acompáñame a mi casa, por favor. Ven, vamos a casa juntos, no me dejes sola.
Desesperada, caminaba de vagón en vagón bajo la lluvia sin saber qué hacer: la gente me decía que fuera más lejos, otra que caminara por la 26 hasta la torre Colpatria y así llegar al planetario y subir por el parque de la independencia y luego llegar a casa (distancia cercana y caminable), pero estaba sola y tenía miedo. El Uber no me contestaba y la nueva aplicación Beat no funcionaba…. No encontraba salida, no había nadie que me ayudara… solo gente consumiendo drogas y la policía tratando de controlar un pequeño motín que se había formado…. Y yo estaba ahí, suspendida con la pinta de niña buena, sin saber qué hacer… pensando: ¿Qué putas hago?

Me senté en una baranda junto a mucha gente que esperaba el bus número 8 y me puse a llorar mientras le pedía a Dios, a ese que nunca me abandona, que me cuidara y que me guiara. Entre lágrimas y sollozos repetía mi Salmo favorito, el 23: El señor es mi pastor, nada me faltará (…) y aunque camine por el valle de la muerte estaré tranquila porque él está conmigo. Palabras más, palabras menos, es eso lo que dice. Lo repetía deseando encontrar a alguien por casualidad, pero no, ahí no hubo nadie.
Llegó el bus 8 y me subí afligida para devolverme a la estación CALLE 26 (más segura) y pensar con calma. Me bajé y corrí hacia la salida y me quedé cerca de los torniquetes. El chico de atención al cliente me preguntó si estaba bien. Le dije que no, que quería ir a mi casa en la Macarena, pero que no sabía cómo.
“No soy de aquí, vengo de Cali y no conozco nada. Solo sé que debo llegar a la estación Museo Nacional. Me da miedo caminar y no me quiero ir a otra estación”. Llamaba con insistencia al Uber que había ordenado y no contestaba, y no podía parar de llorar. Ahí recordé todas esas veces que lloré cuando me fui a vivir sola por primera vez a los 17 años. Ahí recordé cuando estaba en India arriesgando mi vida a diario montada en un bus de 10 míseras rupias que me llevaba al trabajo… por no pagar un taxi que me costaba 50… (Eso no era nada… no eran ni 3 dólares), no era nada pero yo debía ahorrar. Debía ahorrar para cumplir un sueño… y finalmente lo cumplí.
Volviendo al tema central, todo eso pasó por mi mente en un segundo y recordé la razón por la cual estaba en Bogotá, Colombia. Una vez alguien que quise mucho me dijo que no podía, que no podría ciertas cosas, que yo era cómoda… esa persona no confió nunca en mí… y ya han pasado los meses de los meses y pasarán los años de los años y aunque me costó, logré perdonar a ese ser tan hermoso, porque lo es, es realmente una bendición. En ese momento recordé esas palabras y dije: No Lina, tú eres una dura. Tú eres una mujer a la cual todos quieren y admiran por esa misma forma de ser.
Ahí recordé que no debía dejarme apagar y aunque moría de miedo, tenía que buscar una solución. Una solución que me diera seguridad para llegar a mi casita hermosa, que con tanto cariño cuido y mantengo ordenada… (al menos eso intento). Dios me hizo única y especial, me dio el don de llenar de colores la vida de los demás.
Yo soy Lina María, una niña que le gusta mucho el mar pero que vive en Bogotá, muerta de frío, deseando vivir en una casita frente a él. Soy Lina María, la niña que camina cuadras infinitas por ahorrarse 8.000 pesos para no tener que pedirle dinero a sus padres, que igualmente sabe que si lo pide ellos se lo van a dar. Soy Lina María, la niña que se inventa historias de la gente que va en el bus y dice que no le gustan los temas de amor, que los odia. Pero que en silencio y muy en el fondo espera encontrar algún día a alguien que se enamore de sus ojos negros, sus cejas despeinadas, sus dientes amarillos a causa del vino, su sonrisa gigantesca y su alma de colores. Que sabe que no necesita para nada a esa persona, pero que le gustaría encontrarla para decirle lo mucho que le cae bien, lo mucho que lo tolera. Porque sí, soy una mujer totalmente independiente que no vive enamorada de la idea del amor…
Soy Lina María, la niña de las mil aventuras locas y bien locas, la adicta a la salsa, la caleña que se baila la vida en cada esquina y que le encanta el licor en todas sus presentaciones… esa que sueña con personas que no la juzgan, que le dan chance a su brillo. Soy Lina María, la niña que le escribe poemas a sus dos perras y que cuando habla de ellas se le salen las lágrimas. Soy esa mujer que es totalmente REAL HASTA LA MUERTE. Esa que no le importa estar comiendo mierda con tal de vivir aventuras, o la que está dispuesta a hacer sacrificios por amor a ella y a los demás.
Ahora son las 9:30 PM y no paro de llorar, para liberar el dolor que tengo adentro, ese dolor que no entiendo de dónde sale… quizá está motivado por el vino que estoy tomando en este momento o por la experiencia que viví hoy. ¿Por qué escribo esto? Porque algún día quiero enseñarles a mis hijos o sobrinos que no deben renunciar a sus sueños y que deben cumplir sus promesas. Yo prometí estar en Bogotá y estoy aquí ganándome la vida durísimo. Todos los días me acuesto sola y no llevo a nadie a mi apartamento, no tengo una vida de soltera loca, pero de vez en cuando termino de fiesta a las 6 am… ¡Qué vivan los 20! Amanezco sola todos los días, y sin necesitarlo, a veces quisiera dar un beso pequeñito y decir: Buenas noches.
Hoy he reafirmado mi misión en la vida… que es ser fuerte y con las enseñanzas aprender, porque soy demasiado inteligente y un error no lo cometo dos veces. No ya, no a los 24. Soy Lina María, la mujer que sabe que vale una fortuna y que todos estos infortunios callejeros… no son, ni serán más que una gran historia para el futuro.
FIN