Este texto va dedicado a mis amigos. A los que me apoyaron en la distancia y me bombardearon con preguntas en mi WhatsApp, y a los que, sin decir nada, me siguieron a lo largo del camino. Por supuesto, también va dedicado a los nuevos amigos que hice estando afuera.
Sin pensarlo dos veces, tomo el Tuk Tuk más cercano. Tras 15 minutos de camino, tomo un Rick Shaw y comienza la travesía. Recorro los callejones, miro, observo con cautela, analizo cada milímetro del espacio. Veo desorden, muchedumbre, alboroto y mucha contaminación. Estoy en Nueva Delhi.
Cuando paseo por las calles, se me ocurren ideas fantásticas. Conecto todos los verbos, sinónimos y conectores que a mis 22 años he aprendido, pero solo están en mi cabeza. A la hora de llevarlo a la práctica, lo olvido y me quedo con el recuerdo, con las ganas de escribir un texto digno de un Pulitzer. Bueno, esa idea solo cabe en mi cabeza, tranquilos.
Siento el viento en mi cara, la gente me mira atónita porque llevo una falda abierta en las piernas. Los hombres me piden fotos y tratan de ofrecerme comida, la cual no recibo. Me atienden como una princesa. Las calles están llenas de caos, un caos colorido.
It’s so crowded… Crowded as hell.
En India nunca te sentirás solo, siempre estarás rodeado de gente, polvo, desorden, vida, peligro y adrenalina. Tu vida la puedes perder en menos de cinco minutos si te descuidas al cruzar la calle. Las vías no tienen sentido, las motos hacen lo que quieren, los Tuk Tuk dominan el mercado, los pitos te aturden y la autoridad no existe.
Los micos saltan de casa en casa, por los cables, roban comida, zapatos y hasta carteras. Ves gente de toda clase, de todos los países, de todos los tonos de piel. Camino por la ciudad gritando ¡QUE VIVA INDIA!. Las personas me miran aterradas porque me he atrevido a desafiar la «calma femenina, la compostura», pero no me importa.
Camino con elegancia, creyendo que estoy en las pasarelas de París, imaginando que llevo un vestido Christian Dior en vez de mis jeans, que luzco mi bolso Chanel olvidando por completo su verdadero origen (la mochila arahuaca). Trato de no ensuciar mis tacones de 15 centímetros Jimmy Choo, evitando pensar en los Converse rotos que antes usaba. Si se presenta una oportunidad de conocer el mundo, sin dudarlo digo: Let’s do it baby. Let’s do it now.
Esto me hace estar aquí, cubierta de huellas digitales. Todos te tocan, te huelen el pelo, la piel, te piden fotos, te tocan las manos, te ofrecen comida. Te sientes la Reina del mundo. Un mundo diferente, un mundo al revés.
Todos los días son buenos, sin embargo, hay cosas que no podemos dejar atrás. El acoso hacia las mujeres es real y, creería yo, supera los estándares que tenemos en mi país. Desconfías de todos y de todo, te vuelves fuerte y guerrera. La niña que viajaba en carro con aire acondicionado se quedó cuatro continentes atrás. Ahora, esa niña se ha transformado en una mujer que pelea con los vendedores ambulantes, que mira fijamente a la cara a un hombre que se atreve a desearla. Se transformó en una mujer que puede tomar el metro sola para llegar a caminar al bazar y ver cosas absurdas que no tienen punto de comparación.
Miro al cielo y todo lo que encuentro es paz, paz para seguir con este camino, este camino que me confirma mis pasiones. Me confirma que no nací para quedarme quieta en un solo lugar, estable y aburrida. Nací para hacer de lo cotidiano algo extraordinario.
Hoy es un día en donde he ganado mucha experiencia, mucha vida, mucha fuerza y, claro, he ganado muchas anécdotas para contar a mis amigos.