Abril 29 de 2017, el día en que conocí los Himalayas

En este momento estás viendo Abril 29 de 2017, el día en que conocí los Himalayas

Dos aventureras se adentran a vivir la experiencia Himalaya. Sin lujos, sin comodidades, sin restaurantes cinco estrellas, y a solo 606 kilómetros de la ciudad de Nueva Delhi, se encuentra el escape perfecto para una vida caótica y rutinaria: Kheerganga, el regalo de la naturaleza.

Las palabras «magnífico», «hermoso», «impresionante», «majestuoso» o un simple «bonito» se quedan cortas ante tanta grandeza. El viento frío, la nieve en la punta de la montaña, los árboles verdes y dos humanos sentados en una piedra disfrutando del silencio, de la música de las montañas. Una pintura digna del Louvre.

Cierro los ojos respirando el aire puro.
Cierro los ojos acostada en el pasto húmedo con visos de nieve.
Cierro los ojos dejándome consentir por el sol y el azul del cielo.
Cierro los ojos inhalando paz.

La mejor decisión

Sábado en la mañana y las mochilas estaban listas. En la noche haría una de las cosas que siempre había querido: viajar sola con una amiga. Las dos teníamos el mismo sueño de conocer los Himalayas, la cordillera más famosa del mundo que atraviesa cuatro países.

Habíamos escuchado rumores de que no conseguiríamos nada arriba, que por eso debíamos llevar nuestra comida. Así que preparamos los platillos básicos de dos solteras con presupuesto ajustado: pasta, arroz y zanahorias. Con eso debíamos sobrevivir tres días.

Las maletas estaban cargadas de comida, de cosas innecesarias como shampoo, y de muchas expectativas. Tomamos el equipaje y sin planear nada, nos dirigimos a la estación de buses. Un bus directo hacia Bhuntar; fueron las 1,300 rupias mejor gastadas. Sabíamos que queríamos acampar en las montañas, pero ¿cómo hacerlo sin una carpa? No había problema… ya encontraríamos una solución.

Viajamos 12 horas y 606 kilómetros exactos desde Delhi a Bhuntar, pero ese no era el destino final. Después de Bhuntar se debe tomar un bus local directo a Kasol, y de ahí hacer un trekking de aproximadamente cinco horas para llegar a Kheerganga, nuestro destino.

Dos viajeras inexpertas sumidas en este gran vaivén de posibilidades. Todo puede pasar y los riesgos existen; por ende, los miedos llegan. Pero el mismo riesgo enseña la fortaleza, la madurez que se debe tener para llevar a cabo estas experiencias. De miedo no se vive.

En el camino encontramos muchos viajeros que, como nosotras, buscaban un escape de fin de semana. Muchos ya tenían experiencia, así que, ávidas por aprender y estar más seguras, nos pegábamos a todo y a todos.

¿Cómo llegar?

En Bhuntar se debe tomar un bus local directo a Kasol que costará 45 rupias. Una vez en Kasol, hay que tomar otro bus con rumbo a Barshiani, y de ahí comienza el trekking. Otra opción es tomar un taxi colectivo que costará 200 rupias por persona, como hicimos nosotras en caso de que no llegara el bus.

Estando en Barshiani, lo siguiente es armarse de ganas para empezar la caminata. Kheerganga está a unos 12 kilómetros de distancia, pero al ser trekking en las montañas, dividámoslo en horas. Para los expertos, el recorrido toma alrededor de tres horas, pero para una principiante como yo, tres horas se convirtieron en cinco.

Pobre de mí, pobres rodillas

Empieza la parte complicada y la más difícil. En mi mente rondaba la pregunta: ¿Lo lograré? Pues una lesión en las rodillas me acompaña desde hace un tiempo y me limita un poco a la hora de hacer este tipo de deportes, sobre todo por el peso que tendría que llevar en la espalda durante la caminata.

2:15 p.m. Me ahogo como si toda la vida hubiera sido una fumadora empedernida. Seguro es por la altura. En el camino se pueden observar distintas clases de paisajes: cascadas llenas de agua pura, abismos que provocan náuseas con solo mirarlos, árboles frondosos, aves por millón y montañas que se observan desde los 360 grados.

Es difícil describirlo todo, pues es algo que se tiene que ver con los propios ojos. A medida que avanzaba, me repetía a mí misma que este dolor de rodillas era totalmente merecido si durante todo el camino estaría viendo esta perfección.

En el trayecto se pueden encontrar tiendas pequeñas para comprar agua o comida, pero la mejor opción es llevar bananos, ya que serán una fuente de energía. Gracias a ellos, pude seguir subiendo.

La gloria de la cima

Preocupadas por la hora de llegada y tratando de acelerar el paso para no caminar en la oscuridad total de las montañas, seguíamos concentradas en la caminata con resignación, ya que cada vez que alguien venía de bajada y preguntábamos cuánto faltaba, nos decían que una hora… ¡hace tres horas!

7:00 p.m. Por fin llegamos al campamento. La felicidad que se siente al haber logrado algo tan difícil es inmensa. El sudor, el cansancio, la suciedad pasaron a un segundo plano.

Conseguimos una habitación en un hostal rústico por 400 rupias la noche para dos personas. Una habitación en donde quizá muchas personas que conozco no se quedarían ni por error, pero para nosotras dos era más que suficiente. ¿Qué más le podíamos pedir a la vida por habernos llevado hasta ese lugar tan asombroso?

La noche fría y acogedora

Nuestra primera noche fue magnífica en la pequeña habitación acogedora que teníamos, pero el problema no estuvo en la habitación, sino en el baño. En India me propuse dejar atrás todas las comodidades a las que estaba acostumbrada y aceptar los sacrificios o diferencias con tal de vivir una nueva experiencia, con tal de tener historias para contar.

Ya había visto este tipo de baños antes y los había usado, pero solo por unos minutos. Nos quedaríamos dos noches, lo que significaba que tendría que usarlos más de unos minutos. Mi risa estruendosa se escuchó por el lugar cuando tuve que hacer uso de él.

La noche fría como lo esperaba, pero con ansias de que llegara la mañana para saborear el cielo.

La mañana más hermosa de mi vida

Muchos creen que la mañana más linda de la vida de una persona es despertar junto al ser que amamos. No diré que eso no sea cierto, solo que para mí, despertar en los Himalayas vale muchísimo más que despertar al lado de un novio.

Cuando vi el sol saliendo por el Este, me quedé paralizada. Créanme cuando les digo que es lo más hermoso que mis ojos han visto. Es una sensación que solo se puede transmitir estando en ese lugar. La calma, el silencio, el aire puro, la naturaleza y el encanto de las montañas es simplemente maravilloso.

Si algún día me preguntan cuál ha sido uno de los días más felices de mi vida, sin pensarlo responderé: 29 de abril de 2017, el día en que conocí los Himalayas. Nada, absolutamente nada, se puede comparar a este paisaje.

La ropa sucia no importa, el sudor en el cuerpo es irrelevante, el maquillaje no existe, las cremas estorban, el perfume es innecesario, el celular no sirve porque no hay señal, las joyas son aparatosas y el carro es ridículo cuando se puede llegar caminando hacia el paraíso.

En diversas ocasiones había utilizado el término «paraíso» para referirme a un lugar, pues he visto muchísimas cosas que me han parecido dignas de esa palabra. Pero esa mañana me di cuenta de que lo estaba empleando mal, pues antes no lo conocía. Ahora mis estándares han subido y están difíciles de superar. Verdaderamente, no imagino qué podría sorprenderme más que ver la infinidad de la montaña.

¿Y qué tal la noche?

La noche fue espectacular. Estábamos a dos grados, acostados en una piedra, divagando sobre la vida y sus juegos, viendo cómo el cielo se llenaba de estrellas, y cómo sin decir nada, se decía todo. Disfrutando del silencio.

Silencio que no era incómodo, a pesar de que fuéramos cuatro amigos viviendo esta experiencia. «Señores, qué afortunados hemos sido al estar aquí». Cinco estrellas fugaces se convirtieron en cinco deseos que espero Dios y el Universo me cumplan. Cinco deseos en los cuales manifesté mis ganas de seguir viendo las montañas por mucho más tiempo.

Y al que me diga que exagero con estas comparaciones, le diré: pobre de ti, que no has visto más allá de tu zona de confort. Al que me diga que prefiere estar en una discoteca de rumba en lugar de contemplar esto, le diré: tu vida que no conoce la grandeza. Pero estos son conceptos subjetivos; sin embargo, creo que todas las personas deberían ver esto al menos una vez en su vida. No es necesario viajar hasta India para ver la magnificencia de las montañas y saber a qué suena la paz.

Recuerdos indelebles

Recuerdos indelebles es lo que he conseguido en un fin de semana: un millón de aprendizajes, y muchas imágenes visuales. Un diario de notas y muchas fotos quedarán guardadas para mis hijos, si es que los tengo ( no creo) o para mis sobrinos que cada noche les podría contar con lujo de detalles como se le puede salir las lagrimas a un ser humano con solo ver un paisaje.

Viajar, a veces, es dormir en habitaciones de madera con plastico, es ir al baño en letrinas, es no bañarse tres días, es oler a sudor, es estar cansado todo el día, es caminar horas y horas sin comida, es acampar en el bosque, es pasar una tarde con amigos que piensan igual que tú. Viajar es llenarse de valor para hacer aquello que normalmente no haces para que después puedas rematar relajándote con un almuerzo en la mitad del bosque.

Si quieres saber que hay que hacer para llegar a Kheerganga, lee el siguiente post con una información más detallada…

¿Te gusta? Compártelo con tus amigos

Lina María Zapata

Hola, soy Lina María Zapata. Comunicadora social y periodista especialista en Mercadeo y branding digital.

Deja una respuesta